13 de octubre de 2011

Testigo de muerte

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A veces pesa tanto viajar, nos acostumbramos, sí, pero llega un punto en el que se agota el asombro por descubrir el camino. Todo se vuelve monotonía. Hace tiempo que no escribía para purgar a uno que otro demonio. Hoy me animé, definitivamente es necesario dejar en papel los alientos que pesan.

He tenido pesadillas con mis alumnos, me trauman de más. Los imagino bañándose en aguas diáfanas, creando y recreando arte. Es un sueño lleno de deseos reprimidos. No me alcanza la noche para descansar de los pensamientos.

Antes la oscuridad no me asustaba, ahora un poco, sobre todo al viajar. Viajar al cerrar los ojos, viajar de un lugar a otro. Ya me asusta. Se preguntarán el porqué. Es muy fácil la respuesta: la luz me atrae. Desconozco si es por tanto piquete de zancudo, pero las luces de otros automóviles me atraen y siento el cuerpo ferroso, un imán me llama. Es curioso, antes no pasaba, ahora sí; repito, desconozco si es por tanto piquete.

Los días han estado grises con gotitas minúsculas cayendo en ratos durante el día. Al manejar de regreso del trabajo a la casa recordé cuando murió el tío abuelo Gil. Tocaron la puerta para que asistiéramos al inminente momento, mi madre y yo entramos a esa recámara, todos voltearon a vernos con preocupación, como si esperaran una respuesta. En la cama se encontraba el tío Gil, parecía que dormía sigilosamente y que les jugaba una broma a todos. Nos pidieron que corroboráramos que estaba muerto, como si fuéramos médicos forenses o simplemente médicos. Le toqué la frente. Aún estaba tibia, nos dijeron que apenas 10 minutos antes había pedido agua, Sin duda estaba muerto. No recuerdo más, sólo que estaba muerto y yo fui testigo.

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